Vivencias bajo un capirote - Madrugada 2019


Es Jueves Santo, Puente Romano y los primeros nazarenos de Amor y Paz cubren de blanco sus piedras.
Tensa espera para nuestro dia, para nuestra Madrugada.
Comienza a llover, un escalofrío recorre mi cuerpo imaginando que la noche más esperada puede verse truncada a consecuencia de la lluvia.
Miro las predicciones automáticas del tiempo, más de lo mismo, porcentajes altos de lluvia durante las horas centrales de la procesión.
Me convenzo, este año no salimos.

Llego a casa, preparo todo como de costumbre, como si lo que hubiera visto horas antes se tratara de un sueño, o una pesadilla para olvidar.
Pongo el despertador e intento echar una cabezada sin pensar en lo que puede suceder.

Son las 03.30 de la madrugada, suena el despertador y me dirijo hacia la ventana.
Se confirma lo peor, la lluvia sigue cayendo de forma fina pero insistente, las predicciones continuan marcando lo mismo, pero aún asi decido vestirme e ir a mi Hermandad.

Avenida Mirat, Calle Toro, Plaza Mayor... poca gente en las calles y demasiada agua cayendo de un cielo cubierto completamente sin vistas a querer despejarse.

Plaza del Concilio de Trento, parece que los más fieles seguidores de la Hermandad Dominicana no pierden la Esperanza y están esperando que la lluvia nos deje mostrar nuestra catequesis en la calle.

Me adentro en el Convento de San Esteban, veo a lo lejos la luz que desprenden nuestros pasos.

La Esperanza, la virgen torera más guapa que nos arropa bajo su manto. Me paro frente a ella, le miro a sus ojos y pido por los míos, parece esbozar una tímida sonrisa, lo sé, me has entendido.

La Virgen de la Piedad, majestuosa sobre un manto de claveles sosteniendo a su hijo, sosteniéndonos a todos nosotros, a todos sus hijos de la Hermandad Dominicana.

El Santísimo Cristo de la Buena Muerte, el "chiquitín" más  grande que jamás he conocido, el que nos ayuda en los momentos difíciles.

Jesús de la Pasión, el moreno de túnica blanca, el que conoce mis penas y alegrías, el que carga con nuestros problemas.

Me siento en un banco, rodeado de hermanos, de periodistas y fotógrafos, de preparaciones e incertidumbres.
Incertidumbre. La lluvia no cesa. Avisan de un cuarto de hora para llamar a los servicios meteorológicos.
15 minutos intensos, 15 minutos largos, de seguir mirando el móvil y confirmar que la lluvia sigue presente.
Nervios, otro plazo más de 20 minutos, por mi cabeza pasan sentimientos encontrados, miro hacia atrás, miro a Ellos y les pido que sea lo que Ellos quieran.

Pasa el tiempo, nos indican que podemos salir, que el riesgo ha bajado y podemos hacer Estación de Penitencia. Mi cabeza piensa que algo malo puede ocurrir, pero a la vez entiendo que si salimos es porque efectivamente se puede hacer.

Cojo mi cirio y me coloco en la fila, las puertas se abren y de nuevo miro a nuestros Titulares agradeciéndoles que podamos pasearlos por la ciudad.

Cruzo la puerta, una masa de gente se agolpa en la calle, me emociono y empiezo a pensar bajo mi capirote, miro al cielo y algo me dice que las predicciones de mi móvil no se equivocaban.

Sale Jesús de la Pasión, primeros aplausos y vítores, los sones de la agrupación retumban en mi cabeza, la procesión continúa su marcha desafiante.

Sigo pensando, miro al cielo, sigo sin verlo claro pero la procesión continua. El Cristo de la Buena Muerte sale a la calle ante un nuevo bullicio de emociones.

Avanzamos unos metros, y los sones de una nueva marcha anuncian la salida de la Piedad.
Estamos parados, el aire no se mueve, la temperatura es ideal, los cirios están encendidos y tenemos tres pasos en la calle, pienso que todo va a salir bien.

Pero mi cirio empieza a chisporrotear, unas gotas empiezan a caer sobre la llama encendida.
No pasa nada, nadie se inmuta pero el público empieza a abrir los paraguas.
La lluvia comienza a ser mas fuerte, los nervios vuelven a mi cabeza, mis lágrimas resbalan de forma escondida bajo mi capirote y nos avisan del peor de los momentos: Media vuelta la procesión está suspendida.

Marcha rápida por el camino recién andado, donde la cera del suelo aún estaba blanda, de vuelta con aplausos, con frustración y con rapidez... y con Jesús de la Pasión andando hacia atrás.

Entro de nuevo en San Esteban, lágrimas y emoción de mis hermanos, de mayores y de pequeños, caras descolocadas y consuelos que saben a nada.
Todo está acabado, las predicciones del móvil no fallaban.

La Hermandad Dominicana tenía una deuda pendiente con Salamanca, no podían irse sin ver a la Reina de San Esteban. La Esperanza se acerca al dintel de la puerta, gritos de ¡guapa! aplausos y lloros.

Reflexiono, estoy nervioso, pero pienso que no ha sido culpa de nadie, todos queremos lo mejor para nuestra hermandad, y hemos intentado una salida histórica que ha salido frustrada, pero que ha hecho ver que seguimos presentes al pie del cañón

Antes de irnos, unas palabras de Cornejo, palabras de aliento y de disculpa por su decisión, dejando caer la posibilidad de la una procesión extraordinaria en el mes de septiembre.

Esta ha sido mi madrugada, donde no hay culpables, donde hemos puesto todo nuestro empeño hasta el último momento, tanto, que ni la lluvia quería perderse este hermoso momento.

A todos mis hermanos, a mi Hermandad Dominicana... ¡sigamos adelante!


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